Un autor escribió: “Granjeros en Oklahoma a finales de la década del 1930 enfrentaron una difícil decisión. A lo largo de la década del 20 las lluvias fueron copiosas y las cosechas abundantes, y muchos empleados habían dejado las fábricas de la ciudad para hacerse de tierras en el oeste y de una vida mejor. La caída de los mercados en el 1929 solo aumentó el interés de ir hacia el oeste. Pero en 1931 las lluvias cesaron. Para empeorar las cosas, años de pobres técnicas de cultivo habían destruido los pastos que mantenían la humedad durante tiempos secos. El terreno seco generaba tormenta de polvo, lo cual destruyó los campos restantes. Grandes fortunas se fueron a pique en medio del desastre. Para el año 1939, miles de granjeros regresaron con sus manos vacías a la Costa Este. Los que se quedaron enfrentaron una decisión devastadora: tenían grano suficiente solo para alimentarse a sí mismos y a sus familias por un año más - pero probablemente no más allá de eso. Si plantaban esas semillas y no llovía, sus familias no sobrevivirían el año. Pero si se aferraban a esas semillas, procesándolas en harina para pan, habrían perdido cualquier posibilidad de cosechar algo. Muchos plantaron esperando que la lluvia vendría. En el otoño de 1939, lo hizo.”
Esta historia me hace pensar en nuestros propios “riesgos de fe”, salvo que con una marcada diferencia. Porque si bien es cierto que esta historia nos inspira con un dramático final feliz, la realidad es que las lluvias del ‘39 pudieron muy bien no haber arribado. Si lo piensas bien aquello no fue necesariamente un acto de fe estrictamente hablando, al menos no de la manera en que la Biblia la concibe como un todo, sino que pudo tratarse más bien de un fortuito acto de arrojo desesperado. Nuestra fe no es eso. La Fe cristiana no es un salto al vacío, en realidad se trata de un actuar a partir de una muy bien informada confianza; específicamente en Alguien que se la ha ganado, y con creces. Nuestra fe siempre es una respuesta a Dios. Dios habla o actúa primero, y con ello se gana nuestra confianza. En la historia de redención Dios ha demostrado una y otra vez poseer un Carácter fiable, por lo que podemos estar completamente seguros de qué es lo que se puede esperar de él, y es por dicha seguridad informada o fe que actuamos en correspondencia. Leyó usted bien, la fe actúa. La fe hace mucho más que asentir, la fe actúa en función de lo que da por cierto gracias a que Dios mismo lo ha afirmado, aun cuando todo lo demás parezca contradecirlo.
Sin embargo, temo que para nuestro propio desdén, muchas veces hacemos decir a Dios cosas que en realidad no ha dicho. Escribiré más acerca de esto en otra ocasión, pero baste por ahora decir que desde el día uno muchos de nuestros problemas son resultado directo de esa funesta dinámica. Las palabras de la serpiente sentarían la tónica al respecto, al insinuarle maliciosamente a nuestros padres una destructiva y confusa idea a esos fines: “¿De veras Dios les dijo…?” (Gen 3:1). Una de las disciplinas más urgentes para el Pueblo de Dios es aprender a escuchar a Dios por lo que éste en realidad está diciendo; y eso se hace leyendo la Sagrada Escritura pero haciéndolo en sus propios términos. No basta con leer más la Biblia, hay que aprender a leerla mejor. En parte por eso necesitamos leerla juntos (como Iglesia), así como con mucha humildad y profundo rigor teológico. Los “escrito está” lanzados por el Satán al Hijo de Dios en el desierto, fueron enfrentados exitosamente gracias a los “escrito está también” de nuestro Señor. En ocasiones, lo que interpretamos como actos de fe podrían no ser otra cosa que tentar veladamente a Dios. Por lo que nos urge aprender a leer mejor la Biblia.
La fe viene por el oír la Palabra de Dios. Dios habla primero, y es recién luego que nosotros respondemos con la confianza generada por su interacción con nosotros. Por eso cuando a través de las Sagradas Escrituras (leídas en sus propios términos) Dios nos pide que hagamos o que no hagamos algunas cosas, aun cuando pueda doler e incluso desafiar la sabiduría convencional o quizás lo que nuestros sentidos parecen informarnos, nos la jugamos con Dios. Sin embargo, en realidad no es un riesgo, y sí más bien una preciosa certeza. Es gracias a que hemos conocido mejor a este maravilloso Dios, quien se nos ha revelado de muchas maneras, pero especialmente por medio del Evangelio de Su Glorioso Hijo Jesús, que sabemos que las promesas de Dios son de fiar. Y sabemos también que Él no solo es infinitamente bueno y justo sino también infinitamente competente para salirse con la suya. Por lo que, al tomar “riesgos de fe”, estamos más bien actuando basándonos en la más profunda convicción y en la más fiable certeza de quienes sí lo conocemos.
Amada Iglesia, en tiempos tan convulsos como los que nos ha tocado vivir, animémonos a creerle más a Dios, y así a pensar, actuar y sentir en clara correspondencia. Cobremos conciencia además de que no tenemos nada de qué jactarnos respecto a dicha fe, pues Él no se merece menos que eso. Hagamos nuestra una oración que leí hace días y que se ha quedado conmigo: Amado Padre celestial, danos sueños del tamaño de Dios acerca de todo lo que Tú deseas realizar a través nuestro, perdónanos por nuestra falta de confianza en ti (y en tus promesas), ayúdanos a ser como Abraham quien, aunque salió sin saber adónde iba sabía muy bien que ese era tu deseo y que tú sí sabías.
Les amo,
Centrado en la Buena NoticiaPastor Javier GómezSuperintendente
PD: ¡ah! arriésguense a descansar un poco este verano, confíen en Él y reposen.