Llamados a presentar la esperanza del Evangelio a un mundo completamente roto.
La batería de eventos recientes que a todos concierne (los del país y los del planeta), hacen urgente que admitamos sin rodeos cuán desesperadamente roto está realmente el mundo, ¡todo el mundo! Sin embargo, temo que tendemos a obviarlo o quizás a olvidarlo con demasiada facilidad. Por eso a menudo actuamos sorprendidos de que ovejas sin pastor se porten como tales (Ver Mt. 9:36).
Cuando Jesús invita a la gente hacia sí mismo, lo hace partiendo de la realidad innegable de que todos estamos trabajados y cargados (ver Mt. 11:28-30). Jesús apela así a algo con lo que todos podemos identificarnos - más temprano que tarde nuestras vidas son inmanejables.
El Evangelio no es una opción en un vasto menú de ideas meritorias. Es más bien un oportuno salvavidas para quienes se hunden en la mar profunda sin tener otra cosa a qué aferrarse. Pero, ¿habremos comenzado a entender siquiera que ninguno de nosotros está supuesto a respirar agua? Porque a quienes presentan síntomas de faltarle el oxígeno, típicamente se les tiene por cosa extraña. Y así, terminamos negando la relevancia del Evangelio.
No me malinterprete, no estoy abogando por mayor flexibilidad o consideraciones para con quienes presentan síntomas de ahogo. Todo lo contrario, abogo más bien por mayor rigurosidad tanto en el diagnóstico como en el tratamiento de dichos síntomas. Especialmente por parte de quienes conformamos la Iglesia - columna y baluarte de la Verdad.
No deberían extrañarnos los muchos síntomas de rotura que presenta el mundo. Pues nuestra misión de ser y de hacer auténticos discípulos de Jesús apunta justo a ofrecer el remedio.
Y por supuesto que participar de un mundo que no es lo que está supuesto a ser debería dolernos y producir una profunda indignación. Una que también esté saturada siempre de profunda compasión, por víctimas y victimarios. Pero seguida siempre de la aplicación más rigurosa del diagnóstico y remedio provistos en el Evangelio para bien de todos, ¡todos! Los que me caen bien y los que me caen mal, los que piensan como yo y los que piensan muy distinto, los que parecen tener posibilidades y los que parecen ser un caso perdido, los que se creen no necesitar y los que se saben necesitados. Siendo que comenzando conmigo, todos adolecemos de lo que solo el Evangelio ofrece y consigue.
Es cierto, el Evangelio tiene que ver con todo, pero especialmente con la dureza del corazón. Realidad que abruma al ser humano por vivir siempre asustado tras enemistarse contra Dios. Por lo que paz y descanso lo esquivan, ya que pecado y diablo le privan de a sí mismo ser capaz de librarse.
Y no tener eso en perspectiva, hará irrelevante toda aportación que en nombre de la iglesia supongamos poder aún hacer.
Al Evangelio no hay que hacerlo relevante, ¡el Evangelio es relevante! Pues aún cuando muchas cosas han sido profundamente alteradas por el paso del tiempo y el avance tecnológico, el ser humano en sí no ha cambiado ni siquiera un poco. Y el Evangelio es buena noticia porque atiende precisamente el problema humano.
Otra vez, estamos llamados a presentar la esperanza del Evangelio a un mundo desesperadamente roto. Un mundo que está más roto y más enajenado de su verdadero problema de lo que sospechamos o de lo que parecemos estar a veces preparados para admitir.
Y si la iglesia no lo hace, ¿quién lo hará?
Los amo
Pastor Javier Gómez Marrero
Superintendente
Alianza Cristiana y Misionera