En Juan 15 Jesús arroja luz acerca de esa manera tan especial en la que solo él puede cambiar verdaderamente nuestras vidas: “mis palabras los han limpiado a ustedes, para dar así mucho fruto, fruto que trae mucha gloria a mi Padre”. Y es que bien entendidas, cuando se las abraza con la confianza de un niño, las palabras del Evangelio ¡transforman a las personas! Aquellos a quienes el Evangelio les amanece experimentan tal libertad y tal agradecimiento hacia Dios que su vida pega un giro de 180 grados. Dedicándose así en humilde dependencia de él a su causa, dándole al mundo a su vez el más convincente argumento que podría jamás adelantarla: su vida juntos. Tanto así que el propio Jesús anticipó que a personas como esas les sería imposible pasar desapercibidas. Según Jesús, esa nueva comunidad sería como una ciudad en lo alto de una colina que no se puede esconder, así intentara hacerlo. Y no gracias a lucidos eventos o programas religiosos sino a su distintiva amorosa manera de tratarse unos a otros, y especialmente por su manera de amar incluso a sus más acérrimos enemigos.
Al final del día será el propio evangelio haciendo lo suyo en nosotros lo único que conseguirá que podamos encarnarlo. Sin embargo, tú y yo operamos por default en modo de sálvate (y santifícate) a ti mismo, suponiéndonos mejores de lo que en realidad somos. De ahí que Jesús advierta que quien quiera salvar su vida la perderá; lo que en arroz y habichuelas quiere decir - que todo intento por salvarte a ti mismo terminará destruyéndote, y es que no tienes lo que se necesita.
El evangelio no se nos pudo ocurrir a nosotros, en parte porque este consiste en realizar de una buena vez el que no puedes valerte por ti mismo. La salvación (incluida la santificación) es un regalo que se recibe al confiar solamente en Jesús. Regalo que le costó todo a Dios, pero que también le dio gran gusto hacerlo. Y esta es toda la verdad, Dios anhela darnos al más alto costo personal, el más glorioso de los regalos - ¡vida a todo dar! Vida que solo se halla en él; tanto en el disfrute de una relación personal con él, como en el disfrute de parecernos cada vez más a él. Y es que no solo nos enseñó cómo es mejor vivir, sino que además nos dio su mismísimo Espíritu para facultárnoslo. Piénsalo, el Evangelio es Dios haciendo por ti, lo que no puedes hacer por ti mismo. El Evangelio no dice obedece y serás aceptado, dice que eres aceptado por confiar solamente en lo que Dios hizo, hace y hará por ti en Cristo. Y es justo eso (sumado a la profunda realización de que su voluntad es la única verdaderamente buena, agradable y perfecta), lo que dispara tu amor y tu agradecido deseo por obedecer a Dios; gracias precisamente a la ayuda sobrenatural provista a través del propio evangelio - el glorioso Espíritu Santo, ¡Dios en persona!
Hay tanto más que debería decir al respecto, pero siendo que apenas cuento con el limitado espacio que me concede esta carta, solo añadiré esto. Un importante indicador de si el Evangelio está haciendo lo suyo en nosotros es cómo utilizamos nuestros recursos; expresado parcialmente en nuestros diezmos y nuestras ofrendas. Porque tal como muchos otros lo han explicado, usted puede dar y no amar, pero es imposible amar y no dar, aun si incluye el desprendido acto de darse a sí mismo. “Porque de tal manera amó Dios...que dio”
(Jn. 3:16). Otro importante indicador es expresar el amor incondicional de Dios para con todos. Amor que se expresa también proveyendo igual acceso al evangelio a personas y naciones en marcada y cruel desventaja.
La primera iglesia, con sus defectos y virtudes, consiguió no obstante poner patas arriba virtualmente al mundo entero en apenas una generación. Gracias en parte al efecto que tuvo primeramente en su propio campamento el revolucionario mensaje del evangelio. Un pastor dijo cierta vez: “¿Por qué no puede pasar otra vez? ¿Acaso ha perdido Dios su toque? ¿Será que el Evangelio no tiene ya el mismo poder para salvar? ¿O es que el amor de Dios ya no tiene su poderoso efecto de antaño? ¿Por qué no puede pasar otra vez?” ¿Qué pasaría si hiciéramos de este centrarnos en el Evangelio nuestro único norte de manera consistente? Creo que resultaría en una iglesia llena del amor y el poder del Espíritu para gloria de Dios y gozo de PR y el mundo.
Amados y amadas, no tenemos que inventar la rueda. Centrémonos en el Evangelio, y créanme, este irá haciendo lo suyo en nosotros, así como en cada congregación. Y como resultado, mucha gente por la cual Cristo también murió (aquí, allá y en todo lugar), sucumbirá ante el irresistible poder de atracción de una iglesia que encarna cada vez más abarcadoramente el evangelio.