Todos estamos consternados por los recientes feminicidios de las jóvenes Keishla Rodríguez Ortiz y Andrea Ruiz Costas. El dolor y la angustia provocadas por estos repudiables actos y sus devastadoras consecuencias nos lanzan un reto descomunal a todos los habitantes de este amado terruño; incluida la Iglesia.
Primero, necesitamos abrazar y sentir profundamente el dolor, la ira y las lágrimas que la enorme pérdida de esas preciosas vidas creadas a la imagen de Dios merece. Está bien no estar bien. No debemos seguir con nuestras vidas enajenándonos inadvertidamente (o adrede) de semejante dolor. Abrazar nuestro duelo, duele; y demanda la inversión profunda de uno mismo. Nos solidarizamos con el indescriptible dolor de ambas familias, llorando con quienes lloran. Y lloramos aún por nosotros mismos y por nuestros hijos e hijas... “porque si hacen esto con el árbol verde, qué no harán con el seco.” (Lucas 23:31) Oh precioso Jesús, ¡cuanto dolor, cuanta división, cuanta destrucción! Por favor, consuela de nuevo a nuestro pueblo. Tenemos hambre y sed de justicia.
Segundo, examinémonos a nosotros mismos y abandonemos decididamente las terribles mentiras que tras bastidores propician el menosprecio de la mujer y de otros seres humanos (incluyendo aquellos aun por nacer); y que sigue masacrando a nuestro amado pueblo. El primer paso en toda transformación es la admisión de lo que está mal, seguido de un profundo cambio de mente, actitud y conducta al respecto. Y me sigue maravillando la enorme y continua transformación que atender la viga en mi propio ojo provoca, gracias al inmerecido poder y perdón que opera en el Evangelio. Si tan solo pudiéramos apreciar cuanta razón tiene Jesús en cuanto absolutamente todo, así como todo lo que él significa para nuestra paz. “Oh Dios, ni siquiera me atrevo a levantar la mirada al cielo mientras oro, y una vez más golpeo mi pecho en señal de dolor mientras te ruego: Oh Dios, ten compasión de todos nosotros, porque somos un pueblo pecador. Examínanos, oh Dios, y conoce nuestro corazón; pruébanos y conoce los pensamientos que nos inquietan. Señálanos cualquier cosa en nosotros que te ofenda y guíanos por el camino de la vida eterna.” (Salmo 139:23-24)
Y tercero, en medio de toda la oscuridad que nos rodea, ¡encendamos una luz! “Oh Altísimo Rey del Cielo, Señor de los siglos y Soberano sobre el tiempo y la historia, concédenos un conocimiento tan sobrecogedor acerca de quién eres tú, de tal modo que nuestra confianza en ti sea inamovible. Concédenos además un entendimiento cabal de las señales de nuestros tiempos, de modo que sepamos cómo servir a tus propósitos en nuestra generación y ser así más verdaderamente tu pueblo en nuestro mundo este día. Para ese fin, oh Señor, avívanos una vez más, y acércanos más a ti y unos a otros. Donde persista una errada satisfacción en cuanto a la presente condición de la Iglesia, genera en nosotros un santo descontento. Donde hay desaliento, concédenos corazones renovados. Donde hay desesperación, pon nuevamente esperanza. Por amor a Tu Nombre danos poder para ser tu sal y tu luz en el mundo, y que seamos así la mismísima fuerza tuya en acción para adelantar tu causa de redención hasta los confines de la tierra.
En el Nombre de Jesús, Amén.” (Os Guinness)
Gracia y Paz,
Pastor Javier Gómez Marrero
Superintendente del Distrito de PR
Alianza Cristiana y Misionera